Tiraba rosas el Amor un día
desde una peña a un líquido arroyuelo,
que de un espino trasladó a su velo
en la sazón que Abril las producía.
Las rosas mansamente conducía
de risco en risco el agua al verde suelo
cuando Juana llegó y al puro hielo
puso los labios de la fuente fría.
Las rosas, entre perlas y cristales,
pegáronse a los labios, tan hermosas,
que afrentaban claveles y corales.
¡Oh pinturas del cielo milagrosas!
¿Quién vio jamás transformaciones tales:
beber cristales y volverse rosas?
Lope de Vega
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